Los cascareros son una de las principales señas de identidad de nuestro patrimonio arquitectónico rural, pues son una tipología arquitectónica existente únicamente en el Valle del Guadalhorce.
Los cascareros deben su nombre a la principal función que desempeñaban, el secado de las cáscaras de los cítricos. Aunque también se utilizaban para secar otro tipo de frutos característicos de la zona como las almendras y los higos.
Las cáscaras de los cítricos (materia prima), una vez que se secaban, eran transportadas hacia lugares donde se las podía transformar en pólvora (producto elaborado), aunque actualmente son utilizadas como productos medicinales y herbales, conservantes naturales, colorantes, etc.
Los cascareros se distribuyen por toda la vega hasta la Estación de Pizarra, y desde Álora hasta la Estación de las Mellizas. En Alhaurín el Grande, Cártama y Coín también aparecen pero en menor medida.
Desde un punto de vista arquitectónico, los cascareros están divididos en dos plantas construidas de mampostería; la planta baja estaba cubierta y era utilizada para la cría de ganado, como lavadero o de zona de almacenaje. La organización horizontal de la primera planta es la siguiente: cuatro o más pilares (dependiendo del tamaño) y amplios espacios abiertos, por la falta de paredes, para que se llevara a cabo el secado de las cáscaras. La cubierta de esta planta lo constituían cañas o tejas árabes dispuestas a una o dos aguas y el hueco que quedaba podría utilizarse como palomar. El lugar en el cual se extendían las cáscaras era un entramado de madera o caña que se apoyaba en vigas de madera que había entre pilar y pilar. Este entramado era de carácter débil ya que no estaba preparado para la circulación y la forma de acceder a él era mediante una escalera de mano de madera.